Polarización Cero: CQ Radio
Desde hace algún tiempo venimos diciendo que la radio ha cumplido cien años, pero la invención de las comunicaciones por radio tiene en realidad una fecha imprecisa. Los experimentos de Hertz, Tesla y Popov, que dieron contenido real a las fórmulas de Maxwell e incluso las primeras transmisiones exitosas de Marconi, con ser hitos muy significativos, no gozan de un consenso unánime respecto a que constituyan el nacimiento de la tecnología que dominaría y transformaría tan profundamente los sistemas de comunicaciones del siglo XX.
El pasado mes de diciembre se cumplió el primer centenario de lo que muchos consideramos el auténtico principio de la radiocomunicación de dimensión mundial: el salto trasatlántico. Y no es que ese salto supusiera una drástica revolución en los enlaces entre Europa y América. Esos enlaces estaban ya asegurados por los cables telegráficos submarinos, que siguieron compitiendo con la telegrafía «Sin hilos» cuando ésta empezó a crecer.
La verdadera utilidad inmediata de la radio se reveló en los enlaces entre buques y entre éstos y tierra a distancias más allá del horizonte. Buena prueba de ello es el interés que la nueva tecnología despertó entre los Estados Mayores de las Armadas de las primeras potencias mundiales.
Pero Guglielmo Marconi, como muchos de nosotros, no se conformó con lo que ya había conseguido, con ser mucho. Con un auténtico espíritu de aficionado progresista, trató de ir «más allá». Y ese más allá era el salto sobre el Atlántico, distancia que era «del todo imposible» según los expertos de la época. Ahora, a cien años vista, parece increíble que ello se lograse con los medios aportados. Ni la hora del día (mediodía local en Terranova, atardecer en la costa occidental de Inglaterra), ni la longitud de onda utilizada, ni el receptor disponible (incluyendo la improvisada antena de cometa) eran los más adecuados.
Se ha establecido una teoría plausible, según la cual lo que Marconi escuchó eran armónicos de la señal emitida desde Poldhu; que algunos de esos armónicos caerían en una banda «abierta» y así su poco selectivo receptor pudo detectar, durante dos horas, las repetidas «S» transmitidas desde Europa.
Es muy posible que así ocurriera en realidad. No importa. El hecho real es que Marconi, como un auténtico radioaficionado, valoró el «Salto» sobre el océano como un hito importante. Y lo logró haciendo uso de las mejores esencias que luego adornarían a los numerosos aficionados que le siguieron: la experimentación, la fe en la propia capacidad y un indomable tesón.
¿Qué aficionado entre nosotros no recuerda con emoción la primera vez que nos contestaron «desde el otro lado del charco»? Luego vendrían nuestros QSO con Japón, Australia o los antípodas, cerrando el abrazo al planeta. Pero nada igualaría aquella primera vez en que, con un equipo montado sobre una tabla y un receptor primitivo, comprobamos que alguien nos estaba escuchando desde la otra orilla.
Estaremos de acuerdo en que el advenimiento de la radio despertó en muchos jóvenes de las primeras décadas del siglo XX el deseo de profundizar más en los secretos de la nueva maravilla. Y ello era posible entonces gracias a la relativa simplicidad de los equipos necesarios, que ponían la técnica herciana al alcance de casi cualquier muchacho medianamente mañoso. Pero también coincidiremos en que no hay actualmente un equivalente a aquella radio primitiva, tan a mano.
Se dice que comunicarse con los antípodas ya ha perdido el misterio que tenía y que el equivalente moderno de la radio de principios del siglo XXI son el ordenador e Internet, pero tampoco es fácil construir un ordenador casero y un módem con piezas de rechazo y navegar por la Red con la facilidad y gratuidad con que nuestros predecesores accedían al espacio radioeléctrico. Eso explicaría la reducción de vocaciones. ¿O no?
Xavier Paradell, EA3ALV
*NOTA: Texto publicado en la editorial Polarización Cero de CQ Radio, número 217 correspondiente al mes de enero de 2002.